miércoles, 16 de febrero de 2011

Reflexiones de ocho y cuarto de la mañana

Un pañuelo rojo. Una bufanda Negra. Pañuelo hippie de los años 80. Nunca me ha gustado ir con el cuello tapado; las veces que lo he intentado he sentido una gran represión, una especie de náusea Sartriana. Hoy, es decir, ahora estoy comprobando la exagerada longitud con la que pasan las horas en clase. Hay diecisiete chaquetas en los asientos. treinta y cinco con ropa, implícitamente puesta; ninguno sin. Una pelirroja sentada a mi lado que de vez en cuando cotillea lo que escribo. veinticuatro peinados morenos peinados morenos contra seis peinados rubios, a parte del de la profesora. Otros dos que no podría distinguir entre el moreno, rubio o castaño.

Porque el género humano siempre intenta clasificar todo cuanto podemos y, ¿Qué hay más difícil que clasificar una vida? Sus actos, sus gestos, sus miradas, sus quiero y, aunque me gustaría, no puedo. Nada es lícitamente objetivo, absolutamente nada. ¿Cómo te atreves a clasificar el mundo? Ah! Por eso de que no somos más que una cadena de montaje con falta de existencias en cerebros. Cómo si fuésemos un supermercado barato que ahorra cambiando la fecha de caducidad en las etiquetas. Es que al oírte hablar de peroxisomas, creyéndote más listo que los demás me entran arcadas, quizá es que mi diafragma se contrae al oírte y me dan ganas de que mi ácido clorhídrico al fin te haga callar (sí, me he dado cuenta del limite extremista asqueroso al que la frase ha llegado al leerla por segunda vez).

Quizá algún día te mates por creerte "cool" volando con tu motocicleta a diez metros por segundo; qué barbaridad, tu solo a diez metros por segundo (36 km/h para los de letras), ya te estas haciendo mayor. Y pobre del que se atreva a mirarte a la cara que tu y tu grupo de amigos malotes irán a pegarte. Estúpidos cerdos drogados con medicamentos!

No hay comentarios:

Publicar un comentario