domingo, 20 de febrero de 2011

Basada en un acantilado.

Hoy me han contado una historia, la cual voy a cambiar a mi manera para contar otra diferente pero con el mismo significado, que he encontrado maravillosa.

Iba yo, caminando solo por la calle. Siempre he pensado que las dos de la madrugada tiene un aroma especial, es aquella hora en que se empieza a hacer un poco tarde y cuando las mejores cosas pasan. Suelo mirar hacia arriba cuando voy solo, adquiero un ritmo lento y me entretengo observando aquello cuanto puedo ver. Me gusta especialmente porque al tener un poco de miopía nunca se acaba de ver perfectamente y rellenas aquello que no puedes ver con la imaginación. A lo lejos, observé una mujer, una mujer de una edad poco más mayor que yo. Esbelta, hermosa. Traté de no mirarla con demasiado descaro pero aún así, cuando nos cruzamos me guiño un ojo.

¿Qué significaba aquello? ¿Simplemente una palmada en el hombro por compartir un segundo en una hora tan poco corriente para ir solo por la calle? ¿Por vernos en la misma situación? ¿Querría que la siguiese? Me quedé inmóvil, gire el torso ciento ochenta grados. Y, como en las películas la vi cruzar la esquina de la calle. Sin saber porqué me dispuse a seguirla, tan rápido como pude. Corrí como jamás había corrido, o es que quizá las altas horas de la madrugada no favorecen este tipo de esfuerzo físico. Sea como fuere, al llegar a la esquina, de nuevo, la vi girar hacia la izquierda dos calles más allá. Inspiré, y volví a correr. Llegué hasta allí y continué corriendo hasta llegar a una plaza. Tristemente iluminada por dos farolas. Ahí estaba ella, me miró, se quito la camisa. Me volvió a mirar, los pantalones. Me miró a la vez que dejaba caer el sujetador al suelo. Había echado raíces en el suelo, no me podía mover. Al quedar desnuda, dejo caer un papel al suelo, cogió la ropa y sacó de los pantalones unas llaves.

Entro en el edificio que se erguía bajo aquel cuerpo. Pasados unos minutos, me acerqué y cogí la nota: 

" Tel. nº 6** *** ***, me has dejado en estado de shock, llámame"

Dos días más tarde en vez de llamar, me presente en aquel edificio, llamé al único timbre que había. Una anciana, con voz algo cansada, me invitó a entrar. Comí unas galletas y me contó que vivía sola, que ahí no vivía ni había vivido nunca una mujer de mi edad. ¿Qué hago, la llamo?

A veces, las cosas pasan y no las puedes cambiar, aquello que pasa, ha pasado pero no tengas miedo a que pasen porque la vida, solo la viven aquellos dispuestos a vivir.


1 comentario:

  1. Potser no hauria de ser jo qui comentés, però m'encanta!

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