Caminando por el suelo, lamentablemente sin tocarlo por siempre, iba en uno de mis rutinarios paseos hacia la calle del medio, que finaliza en la plaza, por el arcén izquierdo situado en contrapunto sobre la segunda manzana de casas de la parte norte de la ciudad. Siempre seguía el mismo camino y la misma rutina. Salía de casa, con el pie derecho y empezaba mi camino. Sabía exactamente hacia donde mirar para no tener ningún tipo de problema. Dónde cruzar la calle para evitar a los indeseables delincuentes. Sí, los hombres con corbata. Nunca había hablado con ninguno de ellos, debe ser que no soy suficiente ostentoso como para entablar una conversación con ellos. Con sus maletines llenos de aire, su chaqueta recién planchada y un peinado totalmente simétrico. Qué repugnantes, parecen todos iguales. Cómo los chinos, y no es que me quiera meter con ellos; pero, parece que estén fabricados en cadena. Más aún, estoy convencido de que si buscásemos bien encontraríamos un made in china en alguna parte de su cuerpo.
En fin, me parece que no soy el más indicado para reírme de los demás, al menos por como me miran estos hijos del capitalismo. ¿Quien dijo que debemos vestirnos todos los días? Algo que a muchos os puede parecer lo más normal del mundo en realidad no lo es. Claro, el pudor. Pudor causado por la insatisfacción con nuestros cuerpos. Y la causa de la insatisfacción, ¿Los anuncios publicitarios? Claro, vayámonos a la cama con el primero que se cruce delante nuestro y nos guiñe un ojo. ¿Los anuncios de la televisión provocan anorexia? Lo dudo. Lo que en realidad provoca nuestra insatisfacción con nosotros mismos es el sentido crítico que todos poseemos. Algunos más o menos exigentes pero todos sabemos que un cuerpo sano no pesa ciento veinte kilos. Se me pasa el tiempo volando. Estoy en la plaza y me he olvidado de mirar arriba en la calle nº24. Vuelvo atrás.
Al llegar a la calle nº24, elevo la vista al cielo. Es una calle muy estrecha, sin portales. Dudo que algún trajeado pasee por aquí. Empece a mirar hacia arriba hace muchos años. Los valientes miran al frente, los cobardes miran hacia el suelo que inmediatamente después van a pisar. ¿Y quién mira hacia arriba? Supongo que los locos. Por esa cuestión, mantener el equilibrio cósmico y la paz universal que se romperían si yo no lo hiciese. Siempre hay cosas interesantes por ver hacia arriba, y no solo hablo de la ropa interior de alguna agraciada vecina, también hablo sobre el cielo de las calles estrechas, es diferente; no lo sabéis porque nunca lo habéis probado, pero el cielo que está recortado entre balcones y luces. Adquiere un color diferente a la resta de las calles, un color azulado melancólico.
Ahora si que me puedo relajar y seguir mi camino. ¿Qué me deparará el día hoy? La calle nº73 está radiante. Al fin llego a la plaza, del ayuntamiento. Entro en él, subo las escaleras sin saludar al portero, siempre que le veo tiene una cara horrible. Me planto delante del despacho del alcalde. Doy una serie de golpecitos a la puerta a modo de advertencia. Me espero cinco segundos. Y cuento, posteriormente, hasta cuatro. En voz alta. Uno. Dos. Tres. Cuatro. Abro suavemente la puerta.
-¿Hay alguien ahí?- Pregunto mientras abro la puerta.
Nadie contesta, no se que voy a hacer el día que encuentre a un par de mis subordinados ocupado en mi oficina. ¿Qué cara se pone ante una situación así? Supongo que la misma que está poniendo usted ahora.
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