**La no-premiada nubes blancas.
Abrió
sus ojos de color oscuro en medio de la soledad de aquella
habitación. No la reconocía, nunca había estado allí. Entraba luz
por una gran ventana, situada a su izquierda, y el viento ondeaba
las cortinas blancas suavemente. Giró la cabeza con gran dificultad,
le molestaba el sol de la mañana en la cara, aún debía ser muy
temprano. Examinó la estancia, era cuadrada, enfrente una puerta
blanca, sin pomo; a su derecha, una pequeña cómoda era lo único
que adornaba la habitación, con un espejo deslucido colgado encima.
En él podía ver su alma. Era un buen hombre, o lo había intentado
ser, sin más pecado que su estrella, negra como el color de sus
ojos, que le había hecho sufrir una vida verdaderamente difícil.
Tenía
mucho sueño, y aunque puso todo su empeño en luchar contra él, le
venció. En su cara se marcaba su experiencia, la experiencia de un
hombre que había luchado contra muchos enemigos, y que pocas veces
había salido victorioso. Despertó mucho tiempo después, otra
mañana cálida, en la que el sol volvió a calentarle la cara.
Entonces tenía mas fuerza, no sabía si aún soñaba, le pareció
estar en una nube, blanda y húmeda, dulce y ligera; se levantó de
la cama. Se sorprendió al ver un bastón al pie de la cama, de color
marrón, fuerte. No lo necesitaba, estaba excitado, sentía la fuerza
y la temeridad de un joven imberbe que aún no había salido de su
cuna, se dirigió hacia la puerta y quiso salir, pero no encontró el
pomo, estaba encerrado.
Se
giró decepcionado hacia la ventana, y pensó en observar a través
de ella mientras se lamentaba de su fallido intento de huida. Al
girar la cabeza de nuevo, vio como la puerta estaba abierta y sin
preocuparse por el cómo ni el porqué
siguió avanzando a un ritmo lento. Salió de aquella habitación
para acceder a un pasillo blanco: con blancas paredes, blancos techos
y blancas puertas. Su ojos oscuros no alcanzaban a ver el final de
aquel pasillo, y hacia esa infinidad se dirigió. Empezó contando
cuantas puertas dejaba atrás, para luego poder volver, pero tras
llegar a números mayores de veinte se descontó, y lo prefirió así.
Camino largos minutos sin resultado alguno, sin más visión que
aquel blanco mortecino que ya no impresionaba a sus ojos. Al no
obtener resultado con la marcha, entró en una habitación, cuya
puerta ya estaba abierta.
Se asomó con gran curiosidad, con la
sonrisa de aquel niño pequeño que esconde un caramelo detrás de su
espalda y con la seriedad de un ser mayor que no quiere molestar. No
había nadie en la habitación, mas que una cama desecha, con un
bastón marrón apoyado al pie, una cómoda con un espejo, también
bastante sucio, y una ventana con cortinas blancas. Se acercó a la
cama y puso la palma de su mano sobre las sábanas, estaban
calientes, la persona que allí hubiese dormido le contaría cómo
salir, sólo tenía que esperar.
Se entretuvo curioseando la habitación,
se miró al espejo, en él se vio más mayor y más cansado que en su
habitación, debía ser de peor calidad. Se le veía la cara cansada,
con sus facciones aún más marcadas, más edad en su rostro y en sus
rodillas. En realidad estaba cansado, decidió usar el bastón de la
persona que allí debía vivir. Caminó con la ayuda del bastón
hasta la cama, y se sentó en dirección a la ventana. Se estremeció,
el sol que le golpeaba en la cara venía de la ventana, pero en ella
no se veía nada, se levantó con esfuerzo y se descanso sobre el
alféizar, tuvo miedo, en aquella ventana no veía nada más allá
que su nariz, sólo el mismo blanco incandescente que le perseguía
allí donde fuera. De la ventana sólo recibía aquel sol, que no se
apagaba ni un segundo des de que había despertado, y una pequeña
brisa, suficiente para remover las cortinas. Aquel hombre empezó a
sentir pánico cuando pasaron horas y más horas y nadie aparecía,
no sabía qué hacer, no tenía ningún tipo de información. Dando
vueltas por la habitación, se encontró de caras con el espejo y en
él no quiso ver cómo en sus ojos se encendía aquel ápice de
locura que tienen los hombres desesperados.
En un último intento para escapar,
empujó la cama contra la pared donde estaba la ventana y se subió
encima, apoyando sus manos arrugadas en la ventana. El viento le
refrescó los pulmones y le despeinó el pelo, sin bacilar, se dejo
arrastrar por el blanco de la ventana hacia el vacío.
Se despertó entre sudores, aunque sin
sobresaltos, se levantó tan rápido como pudo de la cama y corrió
hacia el espejo. Tenía la cara intensamente cansada, exhausta, podía
ver cómo circulaba la sangre por las venas de su cuello, hinchadas.
Acercó la mano al bastón y con su ayuda se acercó a la cama. Supo
que nunca más podría salir de allí.
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